viernes, 13 de junio de 2008

Trujillo

Si los apacibles trujillanos miraran hacia el pasado para ver lo fieros que fueron los pobladores de aquellos valles tal vez harían callar al poeta anónimo que, en son de marinera, inventó aquello de que "En Trujillo nació Dios".
Las maravillosas policromías que adornan los relieves encontrados en la Huaca de la Luna muestran el rostro de aquellos feroces guerreros que degollaban a sus rivales o los despeñaban en mataderos colectivos. Temibles personajes que no dudaban en sacrificar niñas vírgenes para ofrendar esa sangre inocente a fin de calmar la ira de sus dioses.
Tal vez por eso será que, hasta hoy, las huacas se ofrecen como escenario para ceremonias de brujos contemporáneos que se disputan el terreno con los laboriosos arqueólogos que rescatan el ancestral arte de los antiguos norteños.
Pero hoy no es más la violencia lo que une a los actuales habitantes de esta siempre solariega capital norteña. Es, más bien, el temple, apacible y cordial, de sus pobladores que, según los abuelos, es producto de su benéfico clima, sosegado y propicio para la ternura. Aquí hasta el amor se hace bailando. Danza mayor del Perú, la marinera la ha elegido su capital. Y en el verano, miles de parejas sacan a relucir trajes y sones. Dibujando con quiebres y firuletes, una sensualidad de encajes, guiños y pies descalzos, así se enamoran los trujillanos. Dicen algunos que la marinera norteña se asemeja a una amorosa persecución. Dicen también que imita la cadencia y galanura del trotar de un caballo de paso peruano. Dicen que representa el romance imposible entre una pava y un corcel.


Fuente: Rumbos.

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